Opinión

El Evangelio del Domingo

Padre Rufino

DES-GRACIADOS

El Evangelio del Domingo
DES-GRACIADOS
Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista

En este cuarto domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 4 versículo 25; y Capítulo 5, versículos del 1 al 12: “Así que lo seguía una enorme muchedumbre procedente de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la orilla oriental del Jordán. (5) Cuando Jesús vio todo aquel gentío, subió al monte y se sentó. Se le acercaron sus discípulos, 2 y él se puso a enseñarles, diciendo: 3 — Felices los de espíritu sencillo, porque suyo es el reino de los cielos. 4 Felices los que están tristes, porque Dios mismo los consolará. 5 Felices los humildes, porque Dios les dará en herencia la tierra. 6 Felices los que desean de todo corazón que se cumpla la voluntad de Dios, porque Dios atenderá su deseo. 7 Felices los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos. 8 Felices los que tienen limpia la conciencia, porque ellos verán a Dios. 9 Felices los que trabajan en favor de la paz, porque Dios los llamará hijos suyos. 10 Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos. 11 Felices ustedes cuando los insulten y los persigan, y cuando digan falsamente de ustedes toda clase de infamias por ser mis discípulos. 12 ¡Alégrense y estén contentos, porque en el cielo tienen una gran recompensa! ¡Así también fueron perseguidos los profetas que vivieron antes que ustedes!”.

Aquí tenemos el denominado ‘Sermón de la Montaña’ o ‘Las Bienaventuranzas’: verdadero manifiesto fundacional en el que Jesús rompe con la lógica terrenal y llama felices a quienes la sociedad margina, no cuentan e incomodan o, directamente, molestan: supuestos des-graciados u olvidados de la Gracia de Dios. Jesús explicita que para Dios, cada persona es valiosa en sí misma, si es noble de corazón. En definitiva, esa nobleza de corazón es lo que cuenta a la hora de alcanzar la paz interior… Pero atención: Así como la multitud subió a la montaña para escuchar a Jesús, alcanzar esa paz implicará cierto esfuerzo inicial de nuestra parte para no tropezar con las mismas piedras de siempre, las que naturalizamos mansamente y que sólo nos alejan de nuestra esencia. ‘Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana’, dijo alguna vez el jesuita Pierre Teilhard de Chardin. Es decir, si nos reconocemos como hijos del Padre, entenderemos que todos somos hermanos, y valiosos por igual.

El catecismo de lglesia Católica señala que el Sermón de la recoge las promesas hechas al Pueblo de Dios desde los tiempos de Abraham, las perfecciona y universaliza: Felices los de espíritu sencillo, los tristes, los humildes, aquellos que confían en la voluntad de Dios, los misericordiosos, los limpios de conciencia, los perseguidos, los que buscan la paz propia y la de los demás… ‘Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad’ dice el catecismo y más adelante agrega: ‘Responden al deseo natural de felicidad. Este deseo es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer’. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?, se pregunta San Agustín en “La ciudad de Dios”. Y ese Reino, dígase, nuevo orden establecido, tiene que ver con nuestra elevación espiritual. En este orden de ideas, creo relevante citar también al sacerdote español José Antonio Pagola quien, en relación del Sermón de la Montaña, escribió: “Dichosa una Iglesia con alma de pobre porque tendrá menos problemas, estará más atenta a los necesitados y vivirá el evangelio con más libertad. De ella es el reino de los cielos (...) Dichosa una Iglesia llena de mansedumbre. Será un regalo para este mundo lleno de violencia. Ella heredará la tierra prometida (…) Dichosa la Iglesia perseguida por seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos (…) Dichosa la Iglesia que busca con pasión el reino de Dios y su justicia. En ella alentará lo mejor del espíritu humano. Un día su anhelo será saciado (...) Dichosa la Iglesia a la que Dios le arranca el corazón de piedra y le da un corazón de carne. Ella alcanzará misericordia (…) Dichosa la Iglesia que introduce en el mundo paz y no discordia, reconciliación y no enfrentamiento. Ella será «Hija de Dios» (...) Dichosa la Iglesia perseguida por seguir a Jesús. De ella es el Reino de los cielos”.

Este es el “caracú” del evangelio del día de hoy, con las bienaventuranzas como directrices para nuestra orientación en la vida práctica cristiana. Estamos llamados a escuchar, a que Jesús se anide en nuestro corazón, y que podamos vivir intensamente siendo, como digo siempre, cada vez menos simples criaturas y cada vez más seres humanos.

¡Que tengan una bendecida semana!