Opinión

Cuentos de café

Diego Paolinelli

Las reglas del picado

Pablo recordaba qué cuando era muy chico, jugar a la pelota con los pibes, era el mejor momento del día. Ya sea en la calle o en el campito del Club del barrio.

Ahí aprendió que muchos de esos picados, dependían de la generosidad del dueño del juguete, ya que no en todas las casas de esa época se podían dar el lujo de comprar un balón. Una Pulpo (marca de las pelotas de goma rojiza con rayas blancas) estaba bien para la canchita trazada en la calle recién pavimentada, o jugar un “cabeza”. Pero para jugar en el campito del club, en el espacio entre el playón de baldosas rojas y el alambrado detrás del arco de la cancha de Fútbol (donde ahora está la pileta), sería nuestro estadio imaginario. Ahí era fundamental la N°5 de cuero. Todos soñaban con jugar en Primera y algunos osados, se adjudicaban nombres de los ídolos de los clubes que eran hinchas. Alonso para los de River, Bochini para los de Independiente por ejemplo.

Cuando conseguían que alguien trajera la pelota, era el momento de contar cuantos jugadores juntaban y dividir en 2 equipos. Para eso, tenían que definir las reglas.

1ro: Quienes serían los capitanes (normalmente serían o los 2 más grandes de edad o los que resto consideraban los más hábiles, así no quedarían en el mismo equipo), a su vez tendrían el compromiso de elegir dentro del grupo quienes serían parte de su equipo.

2do: Para definir que capitán comenzaba a elegir, se realizaba un duelo de “PAN y QUESO” (donde a una distancia de más de 12 pasos entre ambos capitanes enfrentados, pondrían desde el punto inicial, un pie delante del otro talón contra punta de su otro pie, hasta que en el encuentro con el rival, el que pisaba al otro participante, sería el ganador y podría elegir primero a quienes serían sus compañeros).

3ro: definidos los equipos, se definían los límites de la cancha (los arcos serían unos ladrillos o cascotes de alguna obra cercana), y como se jugaría. Si sería por tiempo (lo cual se complicaba porque la mayoría no usaba reloj, así que el final normalmente se definía cuando se prendían las luces de la calle) o por cantidad de goles, el primer equipo que llegue a tal cantidad se declaraba ganador.

4to: por último, los fules (faltas) las pedirá el que la recibe, ya que se jugaba sin jueces, lo cual se generaba una vara moral alta, donde nadie podía cobrar algo que no haya ocurrido ya que le faltaría el respeto, no solo a sus amigos, sino también lo haría con el Juego.

Al final de los años de escuela Primaria, la mayoría de esos chicos empezaron a practicar distintos deportes, gran parte de ese grupo lo hicieron con el Mini basquetbol, el resto se dividió entre Fútbol y Voley. Y lamentablemente se fueron diluyendo los encuentros para jugar a la PELOTA. Luego vino la secundaria y el poco tiempo libre era para entrenar en serio, para prepararnos para la competencia. Aunque, cada uno con su Deporte, se tomaban un rato para jugar, adaptando la actividad elegida para darle formato de Juego y mantener vivo el espíritu de los Picados.

Los años siguieron pasando y cuando Pablo decidió dejar de entrenar competitivamente a mediado de sus veinte, pero no dejaría de disfrutar jugar a algo, pero no tenía claro que. Así que cuando Luciano, un amigo de la secundaria, le comentó qué en el club de la Rivera, su Tío había armado un grupo que se juntaba a jugar a la Pelota todos los sábados al mediodía, previo a los partidos del Campeonato de Fútbol Interno, él no lo dudó y aceptó la propuesta.

Desde el primer sábado, Pablo se sintió bien recibido, conocía a la mayoría por el deporte o del trabajo. El grupo tenía una curva de edades que iban desde los cincuenta hasta los veinte y pico (la mayoría de estos últimos, hijos o parientes de los mayores). Rápidamente identificó a los líderes, ya parados en el centro de la cancha, junto con la segunda línea o los que le seguían en edad y trayectoria. Los mas jóvenes, estaban dispersos por la cancha, haciendo movimientos pre competitivos, otros pasándose la pelota desde una distancia considerable o probando a los arqueros, haciendo tiros desde fuera del área grande.

El horario era desde la 12:30 hasta las 14:30hs, luego llegaban los equipos de la competencia interna. Pablo hace memoria y cree que nunca en los años que participó, lograron arrancar antes de las 13hs, ya sea por las charlas grupales, esperar a algún demorado o la definición del armado de los equipos, para que fueran lo más parejo posible. “Así nos divertimos todos”, resumiría Carlitos, el Tío del Amigo de Pablo y uno del grupo principal, al cual lo completaban Quique, Pichi y el Chivo. Normalmente dos de ellos, elegirían quienes integraban cada equipo y eso a Pablo lo llevaba a estas tardes de su infancia (y consideraba que a todo el grupo le pasaba lo mismo), había vuelto a JUGAR A LA PELOTA.

Con el correr de los sábados, Pablo iba confirmando qué desde el momento de pisar el césped de la cancha, todos los comportamientos adultos se dejaban fuera de los límites marcados por las líneas de cal y en ese momento, cualquiera fuera la edad de los participantes, volvían a ser chicos.

Cada jornada tuvo su anécdota: algún exceso de virtud técnica de algún jugador menos dotado, un gol fuera de contexto, una atajada milagrosa, como así también alguna patada, que por lo general eran causadas más por falta de tiempo y distancia que por violencia. Los infaltables cobros de fules inexistentes, que llevaban a situaciones más para la risa que para el enojo. Y todo se resumía compartiendo unas bebidas en el bufet del Club, previo a la ducha post partido, donde se opinaba sobre las actuaciones individuales o grupales.

Pasó el tiempo y años después de dejar de participar en esos picados, una tarde invierno de visita en el Club de la rivera, Pablo se encontró con par de los del grupo principal: Pichi y el Chivo. Estos ya convertidos en abuelos y él ya con su barba canosa, acercándose a la edad que tenían los más grandes del equipo cuando comenzó a compartir cancha con ellos. Luego de los saludos, comenzaron a aflorar los recuerdos de esos sábados y la gran memoria de Pablo los llevó a ese día donde se había suspendido la fecha del Torneo Interno y llegó Fabio (o bien “Tacho con piedras”, como le decían sus amigos de la juventud, por ser tosco, pesado y ruidoso. Y esos amigos no eran, ni más ni menos que varios del Grupo principal de los picados), acompañado por un par de compañeros de equipo que se habían sin partido para ese sábado, reclamando jugar con nosotros. El tema que la cancha era para jugar con 9 o 10 jugadores, no más, por el tamaño del terreno. Y con los recién llegados llegaban a 30. Así que decidieron formar 3 equipos de 10 jugadores cada uno. Uno de los equipos jugaría 2 partidos seguidos, ya que estaba formado por varios jugadores que ya no vivían en la ciudad y así terminar en el horario habitual para su vuelta. Entonces faltaba definir cuál de los otros 2 equipos sería su rival en primer término. Tacho, fiel a su personalidad avasallante quiso que su equipo jugara el primer partido. Pero no contaba con la velocidad mental de Carlitos, (sí el tío de Luciano que había sido el organizador de los picados de los sábados) que le saltó en frente de él diciendo: “Tacho, el equipo de los porteños juega el primero, porque si no se les complica la vuelta por la ruta, así que tenemos que definir entre tú equipo y el mío”, fue entonces que de su media sacó una moneda de bronce de 50 centavos y mostrándosela dijo rápidamente: “Vamos a sortear así arrancamos….CARA gano Yo….SECA perdés Vos” y arrojó la moneda al aire, dejandola caer al piso para evitar dudas. Carlos rápidamente se agachó y dijo “SECA perdiste Vos”, así nomás con cara de póker y le hizo señas a sus compañeros que arrancaban el primer partido. Y cuando Tacho, se fue para el costado de la cancha y ya no lo veía, Carlitos sonrió hasta ponerse colorado para no soltar la carcajada de la diablura de chico atorrante, con la cual se había adueñado de la situación.

Pichi y el Chivo, soltaron la carcajada. También recordarían que cuando Tacho se avivó de la trampa, el partido ya había empezado y lo miraba a Carlitos desde afuera con cara de bronca y le hacía gestos de: YA ME LA VOY A COBRAR.