El frio de todos los otoños estaba presente en esa habitación. Se respiraba desconfianza y nadie estaba o se mostraba relajado. El cuerpo, sobre la cama, se había desangrado muy temprano por un disparo artero. Los tres sospechosos evitaban mirar al detective que sacaba conclusiones mientras releía sus notas. Entonces, rompiendo el silencio, el investigador señaló a la conserje del hotel y la marcó como la única culpable. Esto sorprendió a todos de tal manera que nadie pudo decir nada, petrificados en sus asientos. Pero en pocos segundos la inculpada pareció sacar ventaja de la inmovilidad colectiva y trató de escapar, corriendo hacia la escalera. Sin embargo, el policía estaba atento, ya que esperaba la reacción, y la alcanzó tomándola del brazo. Ella sacó el arma asesina y lo apuntó. Él fue más rápido y de un certero disparo cerró el caso.
ADOLFO DI VIRGILIO