Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Despertar

En este vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 21, versículos del 28 al 32: ”— ¿Qué les parece? Una vez, un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: “Hijo, hoy tienes que ir a trabajar a la viña”. 29 El hijo contestó: “No quiero ir”. Pero más tarde cambió de idea y fue. 30 Lo mismo le dijo el padre al otro hijo, que le contestó: “Sí, padre, iré”. Pero no fue. 31 Díganme, ¿cuál de los dos cumplió el mandato de su padre? Ellos respondieron: — El primero. Y Jesús añadió: — Pues les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van a entrar en el reino de Dios antes que ustedes. 32 Porque vino Juan mostrando con su vida cómo se debe cumplir la voluntad de Dios, y ustedes no le creyeron; en cambio, sí le creyeron los recaudadores de impuestos y las prostitutas. Y ustedes lo vieron, pero ni aun así cambiaron de actitud dándole crédito”.
 
Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén, el epicentro del poder político, económico e ideológico de los judíos en esa época. La Parábola de los dos hijos nos presenta un enfrentamiento entre el Maestro de la justicia y los representantes de una sociedad injusta: sacerdotes que mantenían el control religioso e ideológico, y ancianos con influencia económica. Jesús los confronta al preguntarles qué opinan sobre la historia que acaba de contar.
 
El hijo mayor, aparentemente impulsivo y poco reflexivo, reacciona negativamente a la invitación de su padre. No obstante, se arrepiente y finalmente va a trabajar en la viña. En contraste, el hijo menor responde de forma políticamente correcta pero no cumple con su compromiso de trabajar.
 
El hijo mayor representa a los pecadores y marginados que, después de escuchar la Palabra y reflexionar, cambian sus vidas y se comprometen con el Reino de Dios. Esto no es una imagen trivial, especialmente considerando que estas palabras fueron expresadas en el Templo. A pesar de que todo Israel se consideraba hijo de Dios, la élite había decidido que los pobres, los recaudadores de impuestos, las prostitutas y otros marginados eran "malditos por Dios", verdaderos excluidos del pueblo.
 
Todo esto se puede aplicar fácilmente a nuestra realidad actual. Vivimos en una sociedad donde la subalimentación de muchos se ha naturalizado, donde vemos un aumento alarmante de la erotización y del abuso de drogas, y donde el aborto se ha legalizado. Más del 90% de la riqueza global está concentrada en menos del 10% de la población, mientras que el trabajo humano se devalúa y los ricos exhiben su opulencia de manera indolente y ofensiva.
 
Estamos rodeados de personas que aparentan ser fieles seguidores del pueblo de Dios, pero sus acciones están llenas de injusticia, impureza, sangre y violencia. Esta descripción cruda de nuestra realidad puede resultar incómoda para algunos que prefieren cerrar sus ojos y oídos, pero es la verdad que debemos reconocer, por más dolorosa que sea.
 
Los sacerdotes y escribas del Templo de Jerusalén deben haberse sentido escandalizados al escuchar a Jesús contar la Parábola de los dos hermanos. Seguramente les resultó molesto que Jesús mencionara a recaudadores de impuestos y prostitutas al hablar de las cosas de Dios. Sin embargo, Jesús eligió a estas personas como ejemplo porque, a pesar de su condición, fueron capaces de escuchar el mensaje y cambiar sus vidas. Esa es la esencia del asunto.
 
¿Y nosotros? ¿Seguiremos viviendo nuestra fe superficialmente o nos comprometeremos verdaderamente con la viña? ¿Cuántas veces somos como ese hijo que dice que sí y luego no cumple con sus promesas?.
 
Lo que no entendemos completamente es que lo que percibimos como una carga se convertirá en nuestra fuente de luz, y es porque hacer el bien nos hace bien. Cada uno, desde su posición y en la medida de sus posibilidades, tiene un papel que desempeñar.
 
El mensaje de hoy nos invita a unirnos en el cuidado de la viña, que en el lenguaje de Jesús representa al pueblo de Israel y, para nosotros, a todos los hombres y mujeres que anhelan un mundo mejor. Como creyentes, Dios nos llama a construir un mundo mejor. 
 
No es suficiente con profesar nuestra fe o identificarnos como integrantes de una comunidad si no contribuimos, no amamos, no perdonamos, no priorizamos al que sufre. 
 
Y es que, en última instancia, se trata de poner en práctica las enseñanzas y despertar de una vez por todas: ser felices, de una maneja profunda y plena, a pesar de la circunstancia que nos toque, en la certeza de que no estamos solos y soy valioso para los demás.

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista