En este vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 21, versículos del 28 al 32: ”— ¿Qué les parece? Una vez, un hombre que tenía dos hijos le dijo a uno de ellos: “Hijo, hoy tienes que ir a trabajar a la viña”. 29 El hijo contestó: “No quiero ir”. Pero más tarde cambió de idea y fue. 30 Lo mismo le dijo el padre al otro hijo, que le contestó: “Sí, padre, iré”. Pero no fue. 31 Díganme, ¿cuál de los dos cumplió el mandato de su padre? Ellos respondieron: — El primero. Y Jesús añadió: — Pues les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van a entrar en el reino de Dios antes que ustedes. 32 Porque vino Juan mostrando con su vida cómo se debe cumplir la voluntad de Dios, y ustedes no le creyeron; en cambio, sí le creyeron los recaudadores de impuestos y las prostitutas. Y ustedes lo vieron, pero ni aun así cambiaron de actitud dándole crédito”.
Jesús se encontraba en el templo de Jerusalén, el epicentro del poder político, económico e ideológico de los judíos en esa época. La Parábola de los dos hijos nos presenta un enfrentamiento entre el Maestro de la justicia y los representantes de una sociedad injusta: sacerdotes que mantenían el control religioso e ideológico, y ancianos con influencia económica. Jesús los confronta al preguntarles qué opinan sobre la historia que acaba de contar.
El hijo mayor, aparentemente impulsivo y poco reflexivo, reacciona negativamente a la invitación de su padre. No obstante, se arrepiente y finalmente va a trabajar en la viña. En contraste, el hijo menor responde de forma políticamente correcta pero no cumple con su compromiso de trabajar.
El hijo mayor representa a los pecadores y marginados que, después de escuchar la Palabra y reflexionar, cambian sus vidas y se comprometen con el Reino de Dios. Esto no es una imagen trivial, especialmente considerando que estas palabras fueron expresadas en el Templo. A pesar de que todo Israel se consideraba hijo de Dios, la élite había decidido que los pobres, los recaudadores de impuestos, las prostitutas y otros marginados eran "malditos por Dios", verdaderos excluidos del pueblo.
Todo esto se puede aplicar fácilmente a nuestra realidad actual. Vivimos en una sociedad donde la subalimentación de muchos se ha naturalizado, donde vemos un aumento alarmante de la erotización y del abuso de drogas, y donde el aborto se ha legalizado. Más del 90% de la riqueza global está concentrada en menos del 10% de la población, mientras que el trabajo humano se devalúa y los ricos exhiben su opulencia de manera indolente y ofensiva.
Estamos rodeados de personas que aparentan ser fieles seguidores del pueblo de Dios, pero sus acciones están llenas de injusticia, impureza, sangre y violencia. Esta descripción cruda de nuestra realidad puede resultar incómoda para algunos que prefieren cerrar sus ojos y oídos, pero es la verdad que debemos reconocer, por más dolorosa que sea.
Los sacerdotes y escribas del Templo de Jerusalén deben haberse sentido escandalizados al escuchar a Jesús contar la Parábola de los dos hermanos. Seguramente les resultó molesto que Jesús mencionara a recaudadores de impuestos y prostitutas al hablar de las cosas de Dios. Sin embargo, Jesús eligió a estas personas como ejemplo porque, a pesar de su condición, fueron capaces de escuchar el mensaje y cambiar sus vidas. Esa es la esencia del asunto.
¿Y nosotros? ¿Seguiremos viviendo nuestra fe superficialmente o nos comprometeremos verdaderamente con la viña? ¿Cuántas veces somos como ese hijo que dice que sí y luego no cumple con sus promesas?.
Lo que no entendemos completamente es que lo que percibimos como una carga se convertirá en nuestra fuente de luz, y es porque hacer el bien nos hace bien. Cada uno, desde su posición y en la medida de sus posibilidades, tiene un papel que desempeñar.
El mensaje de hoy nos invita a unirnos en el cuidado de la viña, que en el lenguaje de Jesús representa al pueblo de Israel y, para nosotros, a todos los hombres y mujeres que anhelan un mundo mejor. Como creyentes, Dios nos llama a construir un mundo mejor.
No es suficiente con profesar nuestra fe o identificarnos como integrantes de una comunidad si no contribuimos, no amamos, no perdonamos, no priorizamos al que sufre.
Y es que, en última instancia, se trata de poner en práctica las enseñanzas y despertar de una vez por todas: ser felices, de una maneja profunda y plena, a pesar de la circunstancia que nos toque, en la certeza de que no estamos solos y soy valioso para los demás.
Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista