Opinión

Cuentos de café

Diego Paolinelli

¡Todu Bom…Todu legal!

HISTORIAS CLANDESTINAS Cap 3:
¡Todu Bom…Todu legal!

Hoy Parece que conocer Brasil fuera algo muy sencillo pero, para los que crecimos en la década del 70, la verdad es que al gran país vecino, lo imaginábamos solo como un lugar de playas, carnaval y gente con poca ropa divirtiéndose o jugando al fútbol descalzos. En el inicio de los 80 y la plata dulce en la Argentina, hizo que para mucha gente Brasil significara: Uruguayana o Blumenau. Los que iban Blumenau, lo hacían para comprar algodón, telas, sábanas y remeras. Los que viajaban a Uruguayana, era para conseguir los televisores color a muy bajo precio.

Transcurriendo la década del 80, y la vuelta a la democracia, algunos jóvenes adultos de una clase media acomodada dejaban de recorrer las playas de la costa atlántica Argentina para ir a visitar las playas brasileñas. A fines de los 80 y principios de los 90 se empezó a ser habitual veranear en Brasil, y muchos grupos de solteros lo hacían porque decían que las brasileras eran muy “gossstosas”, pero se complicaba a veces con el idioma. Porque la mayoría de los que viajaban solo habían aprendido un par de vocablos y agregándole “iña” o “iño” al final de cada palabra que decían en español, se pensaban que estaban hablando en portugués jaja. La verdad es que, el Portuñol comenzó a ser cada vez más popular.

Sobre el tema, Pablo recordaría qué dentro de sus amigos, que viajaban habitualmente a disfrutar de esas playas había uno en particular que se había enamorado perdidamente de Brasil. Tanto que, realmente había aprendido a hablar muy bien en portugués y era tan fan de su cultura. Amante de la música y las canciones, escuchaba y cantaba los clásicos brasileños a diario, con los que practicaba el idioma. De esa manera le había encontrado la vuelta a comunicarse con los locales.

Julián, o mejor conocido como el Flaco. Era el personaje en cuestión. Después de años donde cada uno continuó con su vida, los reencontró el picado de básquet de los domingos a la mañana en el Club. Donde, además de despuntar el vicio por el juego, siempre quedaba espacio para las charlas posteriores, los chistes de los cuentistas habituales y algún brindis, cuando aparecía un barrilito de cerveza, gentileza de uno de los concurrentes que trabajaba en la planta local. Antes de volver a sus vidas y almuerzos familiares.

Una de esas mañanas de domingo pasado el año 2000 y cercanos a los cuarenta años, varios del grupo se pusieron a contar anécdotas de sus viajes a Brasil a principios de los 90. Cuando el Flaco, que no era muy habitual de contar sus cosas, lo señaló a Pablo y le dijo: “Esta te va a gustar a vos, que te gustan los LES LUTHIERS” Y continuó, en uno de mis últimos viajes a Brasil de soltero, conocí una chica de allá y me dice que en ese verano también había conocido un argentino y que era de Zárate. Cuando le pregunto el nombre me dice que se llamaba: JOHAN SEBASTIAN MASTROPIERO….no sabes la fuerza que tuve que hacer para no descomponerme de la risa” y Pablo acompañó la ocurrencia con una sonora carcajada.

Cuando terminó la charla post picado y ambos se dirigían al estacionamiento a buscar sus vehículos, Pablo siguió chalando con Julián apartados del grupo. Cuando llegaron hasta donde estaba la camioneta del Flaco, este lo paró y le dice: “Ahora que estamos solos, te voy a contar la que me pasó a mí en ese viaje a Brasil”. Pablo mira para ambos lados con su cabeza y al ver que estaban realmente solos, lo invita con gesto de confirmación que arranque con el relato nomás. Y Julián así lo hizo: “Una tarde que estaba jugando al vóley en la playa, descubro un grupo de chicas que no había visto en toda la semana por ahí. Unas rubias muy interesantes que estaban tomando sol cerca de la cancha y cuando terminó el partido, me acerque a saludar y conocerlas, pensando que eran locales. Ya que en esa zona hay mucha descendencia de alemanes y rusos de posguerra, que tienen cabelleras rubias y sus pieles bronceadas. Bueno, entonces saludé en portugués con el acento bien marcado: TODU BOM, TODU LEGAL. Y varias sonrieron y mirando particularmente a una, dijeron: ES BRASILEÑO, ES BRASILEÑO. Y entonces decidí seguirles el juego y me metí en la piel de RICARDO DE SOUZA OLIVEIRA” (cabe aclarar en este momento dos cosas. 1ro: que no eran épocas de celulares ni de redes sociales, con lo cual uno no podía confirmar la información rápidamente. 2do: el Flaco, era de piel bronceada y acostumbrado a la moda local, lucía una sunga, con lo cual era fácil confundirlo con un Carioca).

“Las chicas resultaron ser argentinas, correntinas para ser más exactos. Seguí la conversación en portugués, metiendo algunas palabras en español porque les dije que tenía familia en Argentina y de vez en cuando viajaba para allá. Pero tomando la precaución de mantener el acento portugués cada vez que metía una palabra en español”.

A Pablo le sorprendía más que Julián, conociéndolo un tipo muy serio muy formal, se había permitido meterse en ese personaje. No había dudas que un espíritu brasileño lo había invadido, como decía Olmedo cuando hacía del Mano Santa. Pero estaba tan entusiasmado con la historia que no lo quiso interrumpir, entonces el Flaco siguió: “Entonces me quedé un rato largo con las chicas charlando y pegué mucha onda con la que habían señalado el resto con mi saludo. Emma Wagner, era una rubia muy alta, recientemente recibida de médica y además había sido Miss no sé qué en su Ciudad natal. Pintó el amor y lo compartimos hasta que terminaron sus días de vacaciones. La chica de corrientes volvió a su casa, sin saber que Yo, volvería a Zárate (Pcia. Buenos Aires). Después de pasar más de 24hs en un colectivo”. Pablo, pensando que había terminado metió una pregunta: “¿Y nunca más la volviste a ver?”.

El Flaco continuó: “Ya en casa, no dejaba de pensar en Ella y creí que podía tener una segunda oportunidad. Como en mi historia le había dicho que tenía familia en Buenos Aires y como eran épocas de teléfonos fijos solamente, no había forma de determinar desde que dónde la estaban llamando. Así que la llamé diciendo que estaba de visita en Argentina, me iba a quedar unos días y que tenía ganas de ir a visitarla. (había sido mucha la calentura, aparentemente en esas playas cariocas). Ella dijo que sí, que sería Bienvenido a su casa. Entonces le pedí prestado el auto a mi viejo y ese fin de semana arranqué para Corrientes. Era media tarde del sábado cuando llegué a la casa de Emma, lo primero que me sorprendió fue que la doctora aún viviese en casa de sus padres. Esa chica tan liberal que había conocido en las playas brasileras, era de tradiciones familiares muy arraigadas. Pero más me sorprendió, cuando después de abrirme la puerta, unos saludos y unos abrazos muy afectuosos, me presentó a sus dos hermanos menores. Los que eran tan o más alto que Yo, pero más anchos. Me invitaron a pasar a la casa y que me quedara a comer. Todo muy protocolar, según las costumbres de la casa. Y que en la cena iba a poder conocer a los padres, ya que en ese momento se encontraban en la Sociedad Alemana del pueblo. Te imaginas que ya ahí toda esa ilusión de repetir el fuego que habíamos vivido en las vacaciones se iba apagando poco a poco. Pero todavía faltaba otra sorpresa. Cuando pasé al living, empecé a mirar a mi alrededor y distinguir que las paredes estaban decoradas con imágenes de una Alemania de principio de siglo XX. Luego hice foco en una foto en blanco y negro, en ella varios jóvenes ataviados con uniformes de tono muy claro, con gorras, bermudas y borceguíes al tono. Sus caras se veían algo transpiradas y tal vez polvo o arena le subían al color de sus mejillas, pero se notaban sus pieles muy blancas. Le consulte de qué se trataba a mi Amiga. Y Ella restando importancia al tema me dijo: “Esa foto es de mi Papá, cuando era joven él pertenecía a los África Korps, al comando del Mariscal Rommel (el Zorro del desierto, comandante de las Fuerzas del Tercer Reich, en el Norte de África)”. Te juro que en ese momento, los genitales me llegaron a la garganta. Me encontraba en la casa de un ex militar del ejército Nazi con todo eso lo que conllevaba y envuelto en una mentira de un argentino devenido en brasilero, para levantarme una mina”.

Cuando Pablo le preguntó: “¿Cómo hiciste para zafar?” Julián, que se había quedado como pensando en ese momento, le dijo: “La verdad que de la cena recuerdo poco y nada, traté de mantenerme callado y responder cosas por sí o por no… y después…y después inventé una excusa, agarré el auto y volví tan rápido para Zárate, que no me acuerdo si el puente tenía peaje o no…pero si tenía seguramente partí la barrera al medio para llegar a mi casa y esconderme porque seguía sintiendo la mirada gélida del viejo alemán, que todavía me estaba pegando la nuca”