Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

La dinámica del perdón

En este vigésimo cuarto domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 18, versículos del 21 al 35: “21 Pedro, acercándose entonces a Jesús, le preguntó: — Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si me ofende? ¿Hasta siete veces? 22 Jesús le contestó: — No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. 23 Y es que el reino de los cielos puede compararse a un rey que quiso hacer cuentas con la gente que tenía a su servicio. 24 Para empezar, se le presentó uno que le debía diez mil talentos. 25 Y como no tenía posibilidades de saldar su deuda, el amo mandó que los vendieran como esclavos a él, a su esposa y a sus hijos junto con todas sus propiedades, para que así saldara la deuda. 26 El siervo cayó entonces de rodillas delante de su amo, suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que yo te lo pagaré todo”. 27 El amo tuvo compasión de su siervo; le perdonó la deuda y lo dejó ir libremente. 28 Pero, al salir, aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios. Lo sujetó violentamente por el cuello y le dijo: “¡Págame lo que me debes!”. 29 Su compañero se arrodilló delante de él, suplicándole: “Ten paciencia conmigo, que yo te lo pagaré”. 30 Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo hizo meter en la cárcel hasta que liquidara la deuda. 31 Los demás siervos, al ver todo esto, se sintieron consternados y fueron a contarle al amo lo que había sucedido. 32 Entonces el amo hizo llamar a aquel siervo y le dijo: “Siervo malvado, yo te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste; 33 en cambio tú no has querido compadecerte de tu compañero como yo me compadecí de ti”. 34 Y, encolerizado, el amo ordenó que fuera torturado hasta que toda la deuda quedara saldada. 35 Esto mismo hará mi Padre celestial con aquel de ustedes que no perdone de corazón a su hermano”.

En esta parábola se nos pone frente a la necesidad de perdonar y ser perdonados. El siervo de la parábola tuvo la suerte de dar con un rey de gran corazón, quien al ver su voluntad de pagar le perdonó toda su deuda. ¿De qué nos habla esto? De que cuando Dios perdona, todo renace. Hay borrón y cuenta nueva.

Pero tras ser perdonado, ese siervo no había comprendido la lección: Al encontrarse con uno de sus compañeros quien le debía unas monedas, le reclamó que le pagara. Y ante la súplica, procedió de una manera violenta e indolente. Lejos de ser solidario, hizo oídos sordos.

El hombre, como tal, es deudor de Dios. Y es que la vida vale más que el dinero. El cuerpo vale más que el vestido. Tener vista es mayor suerte que ganar la lotería. Las piernas valen más que cualquier auto... El hecho de poder dar gracias a Dios, es por sí misma una gracia suya.

El pecador en el fondo es un profundo ignorante, y por tanto cómodo e ingrato, beneficiario de dones gratuitos que vive en permanente contradicción con quien se los dio y conserva a pesar de su inconducta.

El hecho de tener vida nos hace deudores de la gloria, del honor, del servicio y el amor de Dios. Por esta razón, el perdón que se pide y vale es aquel que sale de lo más profundo del corazón, y no aquel de ocasión o “de la boca para afuera”. Ese perdón pedido de corazón es fruto de haber tomado nota del singular valor de estar vivos.

Entonces, frente a Dios, somos eternos insolventes: todo lo que somos lo hemos recibido del Señor. No tenemos cómo pagarle: sólo nos pide que valoremos lo que tenemos y seamos buenas personas. También es cierto que si Él no nos regala su gracia, nada podremos hacer. La salvación es un don, un regalo. Y es por eso que Dios nos llama a su intimidad, y perdona todas nuestras infidelidades. Su generosidad no tiene límite. Su capacidad de perdón y acogida es infinita: 70 veces 7.

Es que Jesús vino para romper fronteras y perdonar siempre… tan profundo es su amor que siempre busca y espera nuestra iluminación y elevación. “Si la justicia de ustedes no supera a la de los doctores de la Ley y de los fariseos, no entrarán en el reino de los cielos”, nos dijo… “Muchachos, a ver si se ponen las pilas” diría hoy.

Dentro del plan de salvación, Dios no quiere que el perdón se quede en la persona perdonada, sino que debe irradiar hacia los demás. Esta dinámica del perdón está expresada en el Padre Nuestro y que, puesta en práctica, es capaz de transformar todas las relaciones humanas y los procesos sociales, empezando por nuestra propia familia.

Esta es la justicia del Reino de Dios que crea una sociedad nueva, basada en la lógica del amor y capaz de reconocer a Cristo como el Mesías Salvador. Por eso se nos presenta a Jesús como el Maestro que trae la enseñanza y la práctica, centrada en la armonía que generan las nuevas relaciones basadas en este conocimiento que nos ha sido revelado.

Entonces, sepamos agradecer la vida más allá de cualquier circunstancia. Pidamos perdón cuando no honramos a nuestro Creador. Pero no se trata de alimentar la cul
pa indefinidamente, sino de aprender, crecer e iluminarse. Para nuestro bien, y el de los demás.

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista