Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

A ponerse en marcha

En este trigésimo tercer domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Mateo, Capítulo 25, versículos del 14 al 30: “Igualmente [el reino de los cielos] es como un hombre que, al irse de viaje, reunió a sus criados y les confió la administración de sus negocios. 15 A cada cual, de acuerdo con su capacidad, le confió una cantidad de dinero: a uno le entregó cinco talentos; a otro, dos; y a otro, uno. Luego emprendió su viaje. 16 El que había recibido cinco talentos negoció con su capital y lo duplicó. 17 El que había recibido dos talentos hizo lo mismo, y también duplicó su capital. 18 En cambio, el que solamente había recibido un talento, tomó el dinero del amo, hizo un hoyo en el suelo y lo enterró. 19 Al cabo de mucho tiempo regresó el amo y se puso a hacer cuentas con sus criados. 20 Llegó el que había recibido los cinco talentos y, presentándole otros cinco, le dijo: “Señor, tú me entregaste cinco talentos; mira, he logrado duplicarlos”. 21 El amo le contestó: “Está muy bien. Has sido un administrador honrado y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al frente de mucho más. Entra y participa en mi propia alegría”. 22 Llegó después el que había recibido dos talentos, y dijo: “Señor, tú me entregaste dos talentos; mira, he logrado duplicarlos”. 23 El amo le dijo: “Está muy bien. Has sido un administrador honrado y fiel. Y como has sido fiel en lo poco, yo te pondré al frente de mucho más. Entra y participa en mi propia alegría”. 24 Por último, llegó el que solamente había recibido un talento, y dijo: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que pretendes cosechar donde no sembraste y recoger donde no esparciste. 25 Tuve miedo y escondí tu dinero bajo tierra. Aquí lo tienes”. 26 El amo le contestó: “Administrador malo y holgazán: si sabías que yo cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, 27 ¿por qué no llevaste mi dinero al banco? Así, a mi regreso, yo habría recibido el capital más los intereses. 28 ¡Quítenle, pues, la parte que le confié y entrégensela al que tiene diez partes! 29 Porque a todo el que tiene, aún se le dará más, y tendrá de sobra; pero al que no tiene, hasta lo que tenga se le quitará. 30 Y a este criado inútil arrójenlo fuera, a la oscuridad. Allí llorará y le rechinarán los dientes”.

Siguiendo el calendario católico, el domingo pasado revisamos la parábola de las 10 doncellas, donde uno de los aspectos centrales de su mensaje pasa por aspirar a comprender el regalo de la vida, y honrarla viviéndola con profundidad, utilizando todas las herramientas que nos han sido reveladas para que podamos hacerlo.

Este domingo toca la parábola de los talentos, denominación para una moneda que circulaba en las civilizaciones mediterráneas que equivalía a varios kilos de plata.

Sin embargo, y merced a esta parábola, la palabra “talento” llega a nuestros días cargada de un significado diferente y tiene que ver con las capacidades naturales que cada uno posee para desarrollarse en una actividad en particular.

En general, no basta con tener un talento definido para tener éxito en una disciplina, sino que además, hay que entrenarlo y profundizarlo para hacerlo crecer y así destacar, transformarnos en verdaderos expertos o profesionales.

Dicho esto, vale comentar que es frecuente utilizar la palabra “don” como sinónimo de “talento”, lo cual es un error: el “don” es algo que viene directamente de Dios.

Finalmente, también podemos mencionar lo siguiente: mientras "don" puede referirse de manera más amplia a cualquier regalo de Dios, "carisma" se centra en la expresión visible y activa de esos dones en la vida de una persona, especialmente en el servicio y la comunidad cristiana.

Despejadas estas cuestiones a manera de introducción, digamos que en la parábola de hoy distinguimos fácilmente cuatro partes o momentos. El hombre, a punto de partir de viaje, le confía a 3 servidores su patrimonio; luego vemos el comportamiento de cada uno; el regreso y la rendición de cuentas; y finalmente las represalias con aquel que, por temor, no hizo nada con lo que le fue confiado.

Nuestro servicio al Reino de Dios implica que hagamos rendir los “talentos” que el Señor nos dio. Dios confía sus bienes a nosotros, sus servidores, y volverá a buscar sus frutos. Nos preguntará qué hicimos de nuestras vidas.

En el relato, vemos cómo el amo alaba al servidor fiel y lo premia: “Entra y participa de mi propia alegría”, dice, y nos indica la necesidad y beneficios de estar activos: multiplicar los talentos, hacer fructificar el Evangelio nos traerá paz, gozo, fraternidad.

Este mensaje está dirigido a aquellos que escuchan y se dejan iluminar, en un renovado llamado al servicio. Esa es nuestra tarea como Agentes de Pastoral en nuestros grupos y movimientos, por ejemplo.

Es frecuente que pongamos por delante la comodidad y seguridad, en vez de buscar el crecimiento de los bienes del Señor. Pidamos ser capaces de analizarnos a nosotros mismos con humildad y sencillez en función de proponernos generar nuestra iluminación y, en consecuencia, la de aquellos que nos rodean.

El error del servidor negligente de la parábola de este domingo no es haber hecho algo mal. Su error fue no haber hecho nada… ni siquiera intentarlo.

¿Cuántos cristianos hemos enterrado nuestros talentos, dejándolos dormidos sin fruto alguno? Muchas veces, perdemos tiempo precioso enterrando nuestra vida en egoísmo, envidia, soberbia, consumismo, o simplemente alimentando un temor que no necesariamente se verifica con la realidad.

Como siempre, aquí hablamos de madurar y crecer espiritualmente, lo cual es bastante más que “portarse bien”. Jesús nos pide que seamos trabajadores de su Reino. Lo singular del asunto es que más trabajamos en ese sentido, lejos de ser una carga, mejor nos sentiremos porque… ¡estaremos participando de su propia alegría! ¿Les suena?

El tesoro -los talentos- que nos ha dado el Señor es la Buena Nueva, el Evangelio que debemos vivir, practicar y multiplicar. Y es que cuanto más se comparte, más se crece y enriquece. Es así. ¡Vamos! ¡A ponerse en marcha!

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista