Opinión

Cuentos de café

Diego Paolinelli

Donde el río eligió quedarse

(Una pequeño homenaje a la ciudad de Zárate)

Dicen que todo empezó con una canoa.
No una cualquiera: una hecha de timbó, empujada río arriba por un viento viejo, de esos que traen secretos del Paraná. La canoa venía cargada de nombres: Sayás, Pividal, Anta, Eguía… pero también traía silencios, como los que se oyen en la niebla cuando todavía no hay ciudad.

Antes de las calles rectas y los planos con varas, antes de la plaza cuadrada, estaban los que hablaban con el río. Guaraníes en canoas de sombra, pampas sin norte, chanás de mirada ancha. Fue el agua quien primero eligió este sitio, con su remanso, su altura, su promesa de orilla firme.

Después vinieron los hombres con papeles. Gonzalo de Zárate —dicen— clavó un estandarte invisible en estas tierras, como si supiera que su nombre crecería hasta hacerse pueblo. Y Eguía, con su lápiz y sus sueños, dibujó una cuadrícula sobre el barro, creyendo que el orden puede domar al paisaje.

Los primeros mitos cuentan que el pueblo se fundó tres veces: una por el puerto, otra por los mapas, y otra —la más verdadera— por los que se quedaron. Los que pusieron un rancho donde antes había un árbol. Los que armaron la ronda, la misa, el truco, la plaza. Los que soñaron que el río no era un límite, sino un principio.

Zárate, entonces, no nació un solo día. Nació muchas veces. Y todavía lo sigue haciendo.
Sigue naciendo a través de la gente: la que la vive y la que la transita.

Como lo hizo en el siglo XIX Sarmiento, con la instalación de la fábrica de tejas en la isla y la creación del Arsenal de Artillería. Dejando incluso un gajo de su higuera que echó raíces y aún vive en la Escuela Primaria N°10 que lleva su nombre.

El siglo XX pareció pasar raudamente. Este terruño, primero agrícola, luego comercial, se transformó en ciudad industrial y en paso obligado del tránsito terrestre y fluvial que une provincias.

Así fue que la ciudad se fue impregnando del perfume de las plantas que decoraban sus veredas y casas del centro. Como lo cantaron los hermanos Homero y Virgilio Expósito en las letras y la música de Naranjo en flor, aportando su arte a la música ciudadana.

Viajamos a gran velocidad en los autódromos del mundo con Onofre Marimón y su destacada trayectoria en la Fórmula 1.

Gambeteamos rivales en estadios nacionales y mundiales junto a la magia de Ricardo Enrique Bochini, vistiendo la casaca roja del Club Independiente y la celeste y blanca. Levantando trofeos, mientras soñaba con volver a su casa en Villa Angus, donde lo esperaban con las milanesas que tanto amaba.

Vivimos la historia en épocas de arrabales y guapos, filmada en el bajo de la ciudad en la película Funes, un gran amor, bajo la lente del director zarateño Raúl de la Torre.

Volamos de palo a palo con Sergio Goycochea, “el Goyco”, nacido en Lima, orgullo del Partido de Zárate. Su actuación heroica en el Mundial del ’90 aún se recuerda, aunque la final no haya sido feliz. Su revancha llegó con las Copas América del ’91 y ’93.

Pero más allá del arte y del deporte, fue la gente la que construyó un gran parque industrial, que hoy recibe trabajadores de cada rincón del país y del mundo. Muchos viajantes, al cruzar el puente que une Buenos Aires con Entre Ríos —núcleo del tránsito del Mercosur— descubren una ciudad viva que los invita a caminar por su centro comercial, recorrer su peatonal, disfrutar del paseo costanero y asomarse al Paraná de las Palmas.

Una costa amplia, generosa, donde pueden saborear su gastronomía, compartir unos mates frente a las islas, y dejarse llevar por la calma de un paisaje que nunca se olvida.

Zárate los espera
.
Porque no es solo un lugar: es un latido, una historia que se sigue escribiendo.

FIN.