Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Su victoria es nuestra victoria

En este domingo de Pascua corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 20, versículos del 1 al 9: “El primer día de la semana, muy de mañana, antes incluso de amanecer, María Magdalena fue al sepulcro y vio que estaba quitada la piedra que tapaba la entrada. 2 Volvió entonces corriendo adonde estaban Pedro y el otro discípulo a quien Jesús tanto quería y les dijo: — Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto. 3 Pedro y el otro discípulo salieron inmediatamente hacia el sepulcro. 4 Iban corriendo los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más deprisa que Pedro y llegó primero al sepulcro. 5 Se asomó al interior y vio las vendas de lino en el suelo; pero no entró. 6 Después, tras sus huellas, llegó Simón Pedro y entró en el sepulcro. Vio las vendas de lino en el suelo 7 y vio también el sudario que habían colocado alrededor de la cabeza de Jesús. Sólo que el paño no estaba en el suelo con las vendas, sino bien doblado y colocado aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. 9 Y es que hasta entonces no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús tenía que resucitar triunfante de la muerte”.
 
Hemos llegado a la celebración de la Pascua, y la liturgia nos llama a conmemorar que Jesús ha resucitado, venciendo a la muerte. Se trata de la fiesta de las fiestas que celebra la buena noticia por excelencia en medio de un contexto terrenal que siempre presenta adversidades y, sin embargo, los cristianos escuchamos con gozo el anuncio del evangelio: al resucitar a su hijo de entre los muertos, Dios ha dicho sí a la salvación de humanidad.  
 

El testimonio de la comunidad eclesial nos dice: “Nosotros hemos comido y bebido con él y nos encargó predicar al pueblo dando solemne testimonio”. Por lo tanto, la comunidad cristiana es la encargada de anunciar a la humanidad toda, sin distinción ni elegidos, esta noticia llena de esperanza y que le da sentido al misterio de la vida. 
 

Con la Pascua que comienza hoy -y sumergidos a la vida verdadera en Cristo a través del bautismo- tenemos que ser plenamente conscientes de nuestra condición y vivir como resucitados: estamos invitados a mirar y vivir las “cosas de arriba” dando a nuestra existencia una dimensión pascual.
 

La Pascua nos revela que Cristo vive en y con nosotros. Y desde ese conocimiento, no podemos ver al mundo como antes saberlo. La verdadera dimensión pascual no da lugar a la tristeza, pereza, egoísmo, odio, indiferencia, desánimo, apego a lo viejo, lo pasado, lo carnal… Nuestra Pascua que inaugura Jesús es la del verdadero cordero que quita el pecado del mundo. Es la Pascua del pan ácimo ofrecido y multiplicado que será su propia carne ofrecida en sacrificio. Es la Pascua del templo nuevo, que será su propio cuerpo resucitado, santuario definitivo de Dios. Celebrando su propia Pascua, Jesús nos pide que podamos revivir, recordar y honrar su muerte y resurrección hasta que vuelva.  
 

La resurrección de Jesús escapa y supera toda existencia humana. De hecho, cuando reaparece ante los discípulos, ninguno lo puede reconocer a simple vista. Sin embargo, se da a conocer y nadie duda que es el resucitado, y que su victoria es nuestra victoria: hay vida después de esta vida. Y es eso lo que celebramos hoy: que Jesús está vivo y sigue en medio de nosotros, cuando dos o más nos reunimos en su nombre. 
 

Así como su resurrección transformó a Pedro y a sus discípulos, quiere transformarnos a nosotros. La Pascua de Cristo es también nuestra Pascua en la medida que comprendamos lo especial y singular de la vida misma, y podamos valorarla al punto de poder apreciar en su justa medida los cosas más simples y cotidianas, como puede ser el llevarse un simple vaso de agua a la boca.

En el Evangelio de hoy podemos leer: “El primer día de la semana…” remite al primer día luego de la Creación; es decir que estamos frente a un hecho tan importante como la Creación en sí misma, el comienzo de una nueva Era. Desde aquellos tiempos de Galilea, continúa la gran misión de proclamar al mundo entero que Jesús es el Señor, que ofreció su cuerpo para permitir nuestra Salvación, que todos somos hermanos hijos de un mismo Padre y creador. 

La Paz sea con ustedes