Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Salvar, sanar y liberar

En este 7mo. domingo de Pascua corresponde la lectura del Evangelio de San Marcos, Capítulo 16, versículos del 15 al 20: “Les dijo: — Vayan por todo el mundo y proclamen a todos la buena noticia. 16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, será condenado. 17 Y estas señales acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; hablarán en idiomas desconocidos; 18 podrán tener serpientes en sus manos; aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y los curarán. 19 Después de conversar con sus discípulos, Jesús, el Señor, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios, en el lugar de honor. 20 Los discípulos salieron en todas direcciones a proclamar el mensaje. Y el Señor mismo los ayudaba y confirmaba el mensaje acompañándolo con señales milagrosas”.

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La Ascensión es el triunfo glorioso de Cristo sentado a la derecha del Padre. Eso celebramos hoy. Este triunfo es compartido con nosotros, que somos miembros de su cuerpo: la Iglesia Católica. 
 
La Ascensión y Pentecostés son la plenitud de la Pascua de Jesús. San Marcos presenta la Pascua y la Ascensión como un único movimiento que incluye la aparición a los suyos y el envío a la misión, la colaboración del Señor con ellos, y la ascensión propiamente dicha desde su existencia como resucitado. 
 

Podemos decir que la Ascensión es el triunfo de Jesús, es un punto de llegada pero también un punto de partida. Por un lado, cumple exitosamente con la misión que el Padre le había encomendado: ha recorrido su camino, ha realizado su vocación, ha concretado la salvación llegando a la plenitud de su ser y su misión. Por eso es glorificado a la derecha de Dios y constituido como Señor de todo y de todos, cabeza de la Iglesia y salvador de la humanidad.  
 
Por otro lado, la Ascensión no constituye un alejamiento de Jesús, sino que es el punto de partida de una presencia más profunda, y sin estar condicionada por espacio y tiempo terrenos. 
 

Desde su existencia escatológica, el Resucitado anuncia: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Entonces, el Cristo Pascual, el Cristo de la Ascensión es el Cristo cercano en tiempo y espacio que quiere comunicarnos y compartir su vida nueva.

Esta es una tarea de la comunidad que debe tomar plena conciencia de sí misma y por tanto, continuar con la misión evangelizadora. Así como Cristo envió a los primeros 11, estamos llamados a predicar, a proclamar, a dar testimonio, a imponer las manos, a bautizar, a hacer el bien "en el nombre poderoso de Jesús". 
 

Cuando habitó entre nosotros, Jesús llegaba como el pastor, el médico, el maestro, el guía. Lo sigue haciendo, ahora, a través de su comunidad. Está en todo momento y actúa por la mediación de la Iglesia. Por eso mismo la Ascensión es una fiesta, porque somos virtuosa consecuencia e instrumento cuando sintonizamos de manera fiel con el triunfo de Jesús, nombre que en Hebreo antiguo significa "Dios salva". 
 

No debemos quedarnos mirando al cielo. “La iglesia es en salida o no es iglesia” dice el Papa Francisco. Ese compromiso es el que conduce a la Iglesia y a cada uno de los cristianos. Como discípulos y misioneros tenemos que buscar más verdad y más justicia, más comprensión, más fraternidad, más amor. Esto es ir hacia Dios: hacer presente el reino con palabras y señales, con predicación y con obras. 
 
Es la misión que le encargó a los 11, la misma que nos guía y debemos seguir llevando adelante, no como una carga sino disfrutando ser parte, porque hacer el bien hace bien: muchos enfermos, muchos atormentados, muchas personas desilusionadas de la vida están esperando la mano (nuestra mano) que ofrece salvar, sanar y liberar física y espiritualmente, siempre, "en el nombre poderoso de Jesús". Soy testigo que es así.

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista