Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

El loco

En este décimo domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Marcos, Capítulo 3, versículos del 20 al 35: “Jesús llegó a la casa y otra vez se juntó tanta gente, que ni siquiera les dejaban comer. 21 Cuando algunos de sus parientes se enteraron, vinieron con la intención de llevárselo a la fuerza, porque decían que estaba loco. 22 Los maestros de la ley llegados de Jerusalén decían que Jesús estaba poseído por Belzebú, el jefe de los demonios, con cuyo poder los expulsaba. 23 Entonces Jesús los llamó y los interpeló con estas comparaciones: — ¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? 24 Si una nación se divide contra sí misma, no puede subsistir. 25 Tampoco una familia que se divida contra sí misma puede subsistir. 26 Y si Satanás se hace la guerra y actúa contra sí mismo, tampoco podrá subsistir; habrá llegado a su fin. 27 Nadie puede entrar en casa de un hombre fuerte y robarle sus bienes si primero no ata a ese hombre fuerte. Solamente entonces podrá saquear su casa. 28 Les aseguro que todo les será perdonado a los seres humanos: tanto los pecados como las blasfemias en que incurran. 29 Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, nunca jamás será perdonado y será tenido para siempre por culpable. 30 Esto lo dijo Jesús contra quienes afirmaban que estaba poseído por un espíritu impuro. 31 Entre tanto, llegaron la madre y los hermanos de Jesús; pero se quedaron fuera y enviaron a llamarlo. 32 Alguien de entre la gente que estaba sentada alrededor de Jesús le pasó aviso: — Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y te buscan. 33 Jesús les contestó: — ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? 34 Y, mirando a quienes estaban sentados a su alrededor, añadió: — Estos son mi madre y mis hermanos. 35 Porque todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”.
 

En este pasaje vemos que el poder que Jesús tiene sobre los demonios es considerado por “los maestros de la ley” como una posesión diabólica; incluso sus propios familiares hablan de locura… Tan disruptiva es su conducta que es más fácil pensar que Jesús es un farsante o está endemoniado.
 
Sin embargo, y sólo usando la lógica en sus palabras demuestra que consigo ha llegado la Salvación. Este poder viene de Dios y, atención: se concede también a los discípulos propaladores del Reino, es decir, la soberanía del amor como única respuesta válida. 
 

El enjuiciar mal el poder de Jesús depende de no reconocer el poder del Padre ni su plan salvador, pecando así contra el Espíritu que anima toda la acción salvífica de Cristo. 
 

Aceptar estas cuestiones es reconocer la voluntad del Padre y es formar parte de la familia de Jesús. La familia cristiana acepta la voluntad del Padre, acepta el poder salvador de Cristo, y cree en la presencia del Espíritu.

¿De qué estamos hablando? De que si no creemos, es decir, no abrimos nuestro corazón totalmente al amor, nunca estaremos del todo iluminados totalmente. Aquellos que no se dejan guiar por el Espíritu son almas confundidas que no hacen ni dejan hacer o hacen, pero a medias. 
 

Ese es el gran desafío para nosotros en la Iglesia: estamos llamados a creer, dar testimonio, a predicar, a perdonar… es decir, a vivir intensamente nuestra fe y no quedarnos atrapados en el laberinto de la duda, transitando en la certeza de que las respuestas llegarán a su tiempo, de manera armoniosa.

No se puede hablar de lo que no se cree y por tanto, no se conoce en profundidad. Y sabremos que estamos en el camino cuando disfrutemos el impulso (y no solo el mandato) de ser generosos y compartir lo que sabemos con alguien más. 

En ese sentido, San Pablo advierte: “creer y anunciar muchas veces traerá consigo dolores y dificultades”. Y ese es todo un desafío en sí mismo, pero debemos confiar en que nuestro accionar, no sabemos cuándo ni cómo, tendrá un impacto positivo en el otro y en nosotros mismos: sólo hace falta una pequeña fisura para derrumbar una monumental y aparentemente inconmovible represa.

Sepamos y tengamos presente que Dios no es indiferente ni lejano, está en y entre nosotros a través de los sacramentos, especialmente con la Eucaristía. Sepamos y tengamos siempre presente que “todo el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, y mi hermana, y mi madre”. No es locura, más bien se trata de puro y simple sentido común. 

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista