Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Vivir sin miedo

En este décimo segundo domingo del Tiempo Ordinario corresponde la lectura del Evangelio de San Marcos, Capítulo 4, versículos del 35 al 41: “Ese mismo día, al anochecer, Jesús dijo a sus discípulos: — Vayamos a la otra orilla del lago. 36 En seguida, dejando allí a la gente, lo llevaron en la barca tal como estaba. Otras barcas iban con él. 37 De pronto, se levantó una gran tormenta de viento. Las olas azotaban la barca que comenzó a inundarse. 38 Jesús, entretanto, estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Los discípulos lo despertaron, diciendo: — Maestro, ¿no te importa que estemos a punto de perecer? 39 Jesús se incorporó, increpó al viento y dijo al lago: — ¡Silencio! ¡Cállate! El viento cesó y todo quedó en calma. 40 Entonces les dijo: — ¿A qué viene ese miedo? ¿Dónde está vuestra fe? 41 Pero ellos seguían aterrados, preguntándose unos a otros: — ¿Quién es este, que hasta el viento y el lago le obedecen?” 
 
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Luego de predicar a la gente con parábolas sobre la lógica superadora del amor y del Reino de Dios, Jesús pide “cruzar al otro lado”. La otra orilla, es la costa oriental del lago del Genesaret, el territorio pagano de la decápolis (grupo de diez ciudades al este y sureste del Mar de Galilea, nueve de ellas se situaban en el lado este del río Jordán). De esta manera se manifiesta que el mensaje a difundir trasciende el exclusivismo judío y se trata de un anuncio para el mundo entero.   
 
Durante la travesía, los discípulos lo despiertan en medio de la tormenta y le preguntan si no tiene miedo de que se ahoguen… entienden que por sí mismos no podrán salir del peligro que los acecha. 
 
“¿A qué viene ese miedo? ¿Dónde está vuestra fe?” les pregunta. Y es que a pesar de todo lo que han visto y oído hasta ese momento, no están en paz: dudan. Tanto es así que hasta se sorprenden frente a la inesperada calma y preguntan, sorprendidos: “¿Quién es este que nos ha salvado?”. Y es que no terminan de deducir quién es Jesús, incluso lo ven con el eventual temor que nos causa lo que escapa de lo cotidiano o de los límites de nuestra capacidad de comprensión. 
 
Lo cierto es que 2000 años después, continuamos atrapados en los tormentos de nuestras crisis. Dicho de otro modo (y sin menospreciar el calibre de los problemas que a cada uno le toque afrontar) cada uno se ahoga en el vaso de agua que puede…
 
No es conformismo entender que Dios tiene sus propios caminos, que escribe en reglones (aparentemente para nosotros) torcidos. No sólo nos sorprendemos sino que nos encerramos, entramos en miedo e incluso pánico. Hoy tenemos miedo a los cristianos que piensan diferente a lo “tradicional”, miedo al rol de la mujer en la sociedad de la Iglesia, miedo a las ideas de los jóvenes… miedos, miedos y más miedos: démonos permiso de sentir que Dios sigue creando la historia. 
 
Jesús exige a sus discípulos una virtud: la valentía, el coraje… porque el camino continúa. “Rema mar adentro” decía Juan Pablo II. Mucha de nuestra educación cristiana fue realizada desde el miedo al mundo, al sexo, a la mujer, las nuevas ideas (Y si no, pregúntenle a Galileo por ejemplo…).
 
De lo que se trata es de ser valientes y llevar la barca, sea cual fuere el rol que nos toque, siempre bajo la premisa de amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos; buscando hay más dignidad para el hombre, más desarrollo de la ciencia, más sentido de la trascendencia, más valores espirituales que nos comprometan a vivir honrando a Cristo, verdadero guía de la barca. El miedo es un pecado contra la confianza en Dios, contra la fuerza que tiene para guiar la historia y destino (que es él mismo, Alfa y Omega). 
 
Dicho esto, ¿qué vendría a ser tener fe? Ni más ni menos de acudir a Dios no sólo en las malas, sino también en las buenas. Podemos y tenemos que pedir; pero también ser y saber ser agradecidos de participar del milagro al que llamamos “vida”. 
 
Dios es misericordioso y atenderá nuestra llamada. Cómo, cuándo, dónde, por qué… es parte de un misterio que nos excede. Es así. Pero al menos sabemos muy explícitamente hacia dónde debemos ir, lo cual no es poco.
 
Entonces, tener Fe es manejarnos desde la convicción de que siempre necesitamos de que Jesús guíe nuestra barca: nuestra casa, nuestra familia, nuestra Iglesia… entregar y dejar que siempre él esté en al timón y calme la tempestad. Para eso necesitamos estar unidos a él. 
 
El evangelio de hoy nos muestra la potencialidad de la fuerza de Jesús en medio de los conflictos. Es toda la comunidad cristiana la que se encuentra y enfrenta en alta mar, que es desafiada por las tormentas, interpelada por quienes no conocen el amor de Dios. La misión es llegar a esa otra orilla y llevar la semilla del reino. Ser comunidad cristiana es ser y estar en el camino. Formar parte de esa iglesia “en salida” que por la cual pide nuestro Papa Francisco.
 
Hay que subirse a la barca, lanzarse a disfrutar del viaje en el hermoso mar de la vida, sabiendo que ese mismo mar puede transformarse en algo amenazante y hostil al proyecto salvífico y universal de Dios. 
 
 
La escena descripta por San Marcos posee un carácter simbólico y catequético que busca inspirarnos y ayudarnos a descubrir y superar todo aquello que conspira contra la herencia dejada por Jesús al ofrendar su vida por la humanidad: venimos todos de un mismo y único Creador, por tanto, somos todos hermanos. 
 
Se trata de confiar en nuestra esencia y evolucionar, de estar en paz con nosotros mismos y con los demás: ese es el pan de cada día. Si vemos las cosas desde este lugar, si estamos atentos al mensaje y conectamos verdaderamente con las enseñanzas de Jesús, incluso el peor de los tifones puede transformarse en un molesto, pero simple chubasco. 

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista