Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Entre todos y para todos

En este vigésimo sexto domingo del Tiempo Ordinario, corresponde la lectura del Evangelio de San Marcos, Capítulo 9, versículos 38-43.45.47-48: “Juan le dijo: — Maestro, hemos visto a uno que estaba expulsando demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros. 39 Jesús contestó: — No se lo prohíban, porque nadie puede hacer milagros en mi nombre y al mismo tiempo hablar mal de mí. 40 El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. 41 Y el que les dé a ustedes a beber un vaso de agua porque son del Mesías, les aseguro que no quedará sin recompensa. 42 A quien sea causa de pecado para uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que lo arrojaran al mar con una piedra de molino atada al cuello. 43 Si tu mano va a ser causa de que caigas en pecado, córtatela. Porque más te vale entrar manco en la vida eterna que con tus dos manos ir a parar a la gehena, al fuego que nunca se apaga (…) 45 Y si tu pie va a ser causa de que caigas en pecado, córtatelo. Porque más te vale entrar cojo en la vida eterna que con tus dos pies ser arrojado a la gehena (…) 47 Y si tu ojo va a ser causa de que caigas en pecado, arrójalo lejos de ti. Porque más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que con tus dos ojos ser arrojado a la gehena, 48 donde el gusano que los roe no muere y el fuego no se extingue”.
 
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No podemos ni debemos poner fronteras ni monopolizar al Espíritu de Dios, tal como Josué en el Libro de los Números o los discípulos en el Evangelio de hoy. Tanto Moisés como Jesús están de acuerdo en reaccionar contra la estrechez de mirada de quienes les rodean. Moisés reprende a Josué cuando le pide que detenga a dos ancianos que estaban profetizando en el campamento: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y recibiera el Espíritu del Señor”. Por su parte, Jesús va a decir: “No se lo prohíban, porque nadie puede hacer milagros en mi nombre y al mismo tiempo hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor”.
 
Entonces, pensemos que el Espíritu Santo sopla donde quiere y nadie puede coartarlo. El deseo de Moisés y la orden de Jesús se vieron realizados en el seno de la Iglesia: Dios crea un pueblo de profetas con el envío del Espíritu Santo en Pentecostés. Jesús no es propiedad exclusiva de ningún pueblo ni de ninguna Iglesia. Mucho menos de ningún grupo o movimiento interno de la Iglesia. Y es que no hay lugar al sectarismo, porque en la familia de Dios hay lugar para todos sin privilegios. El Señor derrama sus dones y su gracia entre todos y para todos. 
 
Esta dinámica del Reino, es decir bajo el gobierno del amor, exige una gran coherencia porque la tentación de querer “apropiarse” de Dios es muy fuerte. Sin embargo, aquí vemos en este Evangelio como Jesús reafirma la generosa libertad de Dios. Y es que todo lo bueno procede de Dios, todo lo bueno nos eleva a Dios. 
 
En este relato, vemos como Jesús interviene explícitamente contra el sectarismo y toda forma de fanatismo religioso. Si alguien hace el bien es de Cristo y pertenece a Cristo, está cumpliendo con el plan de Dios. Por eso tenemos que ser capaces de dejar de lado lo que nos separa del amor de Dios. 
 
De lo que se desprende de las palabras de Jesús es que si una persona está haciendo el bien, es porque Él está obrando el bien en esta persona aunque ella no lo sepa ni quiera saber nada de Jesús. Porque nadie puede hacer el bien al margen de Dios y Dios es siempre el autor del bien. Lo que nosotros podemos hacer es abrirnos al bien o cerrarnos. La decisión es nuestra. 
 
Luego, tenemos la segunda parte del texto, donde se nos propone que todo aquello que nos haga pecar lo quitemos de nuestra vida. Y eso se logra con la voluntad de cultivarnos espiritualmente al punto que nada malo podamos obrar o pensar, porque todo lo vemos desde la gramática del amor y la lógica terrena ha quedado en el pasado. Esto no significa, barrer y dejar la mugre bajo la alfombra… se trata de madurar y arrepentirse profundamente, sabiendo el daño que nos hacemos a nosotros mismos y a los demás.
 
Provocar escándalo en la vida de nuestros hermanos pueden ponernos en el camino del alejamiento total de Dios. Tampoco se trata de una competencia o de la escala de nuestras intervenciones: un simple vaso de agua dado con amor genuino vale igual que la mayor de las obras. Lo verdaderamente importante es desde qué lugar hacemos las cosas. ¿Qué valor tiene construir una catedral si en ese tránsito no las pasamos maltratando gente o lo hacemos con fondos de dudoso origen, o nuestra vida privada es un desastre? 
 
“Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que con tus dos ojos ser arrojado a la gehena”, dice la Palabra de hoy. Por supuesto, no es literal en términos físicos, pero así de grave es no darle relevancia a nuestros errores. Errores que serán perdonados y sanados en la medida en que comprendamos la implicancia de nuestras conductas, y experimentemos auténtico arrepentimiento. 
 
Muchas veces, el apego mal gestionado nos demora o directamente impide poder seguir este consejo de Cristo. Dice la frase popular: “Quien no vive para servir, no sirve para vivir” y, es como decimos siempre, “hacer el bien hace bien” porque la verdadera felicidad de la vida está en el servicio al prójimo. La Oración del Rosario, la Eucaristía, la lectura de la Santa Biblia, el Ayuno, y la Confesión mensual son puertas que nos ayudan en ese tránsito de iluminación. 

Por Rufino Giménez Fines – Sacerdote Rogacionista