Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Los anteojos del amor

En este 2do. domingo de Pascua de Resurrección corresponde la lectura del Evangelio de San Juan, Capítulo 20, versículos del 19 al 30: "Aquel mismo primer día de la semana, al anochecer, estaban reunidos los discípulos en una casa, con las puertas bien cerradas por miedo a los judíos. Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: — La paz esté con ustedes. 20 Dicho lo cual les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. 21 Jesús volvió a decirles: — La paz esté con ustedes. Como el Padre me envió a mí, así los envío yo a ustedes. 22 Sopló entonces sobre ellos y les dijo: — Reciban el Espíritu Santo. 23 A quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados; a quienes no se los perdonen, les quedarán sin perdonar. 24 Tomás, uno del grupo de los doce, a quien llamaban “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando se les presentó Jesús. 25 Así que le dijeron los otros discípulos: — Hemos visto al Señor. A lo que Tomás contestó: — Si no veo en sus manos la señal de los clavos; más aún, si no meto mi dedo en la señal dejada por los clavos y mi mano en la herida del costado, no lo creeré. 26 Ocho días después, se hallaban también reunidos en casa los discípulos, y Tomás con ellos. Aunque tenían las puertas bien cerradas, Jesús se presentó allí en medio y les dijo: — La paz esté con ustedes. 27 Después dijo a Tomás: — Trae aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en la herida de mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe. 28 Tomás contestó: — ¡Señor mío y Dios mío! 29 Jesús le dijo: — ¿Crees porque has visto? ¡Dichosos los que crean sin haber visto! 30 Jesús hizo en presencia de sus discípulos otros muchos milagros que no han sido recogidos en este libro. 31 Estos han sido narrados para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida por medio de él".

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Antes de comentar la Palabra de hoy, es menester mencionar que este domingo también se celebra el llamado Domingo de la Divina Misericordia, establecido en el año 2000 por el Papa Juan Pablo II en el calendario de la Iglesia. Se basa en la devoción a la Divina Misericordia y en el rezo de la coronilla que fue revelada a Santa Faustina Kowalska en 1935. Siempre que sea posible, esta coronilla se reza a las 3 de la tarde, hora en la que Jesús murió en la cruz. En ese momento extremo, Jesús dijo: "Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen", apelando a la misericordia del Creador. Santa Faustina, a quien Jesús le reveló esta devoción, escribió que en esa hora "nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión".
 
Ya metiéndonos en la lectura de hoy, vemos que la primera escena transcurre al atardecer del primer día tras la resurrección. Jesús se presenta ante sus discípulos, les habla y los convierte en los pilares de su Iglesia: primero, les habla de la paz, para que ellos también puedan transmitirla, tal como la recibieron. Después, les concede el don de perdonar los pecados, un don que está unido a la recepción del Espíritu Santo.

En esta primera aparición, Tomás no está presente. Se había alejado del grupo, pensando que todo había terminado... Pero una semana después, Jesús vuelve a presentarse y se dirige especialmente a él, que no había creído lo que le contaron sus compañeros.
Luego de dejarse tocar, Jesús le dice: "En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe", y agrega: "¿Creés porque viste? ¡Felices los que creen sin haber visto!". Todo un reconocimiento especial para todos nosotros.
Así, Jesús quiere comunicarnos su Pascua. Especialmente a través de la Eucaristía, que es un encuentro personal con Él, y que nos ayuda e impulsa a dar testimonio del Resucitado.
 
Tomás duda. No le cree a los demás discípulos. Quiere “pruebas”. Y Jesús llama “felices” a quienes no ponen condiciones para creer. Pero también es cierto que nosotros muchas veces “vemos” más de lo que creemos. El tema es que no siempre estamos atentos. Por incrédulos, andamos por la vida des-enfocados.
 
Pero atención: no hablamos de ser testigos de una cadena de milagros o de una aparición (aunque sería un gran privilegio, claro). Hay muchas situaciones que podemos reconocer como “señales”, “gracias” o "favores", que nos muestran que Dios está con nosotros y entre nosotros.
En definitiva, se trata de dejar de vivir una “fe ciega” y empezar a ser protagonistas de la gramática del amor. A veces, eso se traduce simplemente en valorar como corresponde una palabra de aliento, dada por un perfecto desconocido, justo en el momento que más la necesitábamos. Usemos los anteojos del amor que nos ofrece Jesús, y todo lo veremos diferente. Incluso a nuestros eventuales enemigos a quienes, lejos de tenerles rencor, pasaremos a tenerles misericordia porque comprenderemos la ausencia de Dios en sus vidas.

El Evangelio de hoy destaca que la presencia de Jesús es real, que trae paz, y de esto estamos hablando. Él es el enviado del Padre, y a su vez envía a sus discípulos para que todos conozcan al que da la vida. Así comienza una nueva misión, marcada por la reconciliación y por la capacidad de ser verdaderos corderos de Dios: miembros de una comunidad fraterna y servicial, que acompaña, que da alivio, que es empática, solidaria y misericordiosa.
Estamos en el Segundo Domingo de Pascuas. Resucitemos con Él. Vivamos con Él. Que nada ni nadie ocupe su lugar. Que nada ni nadie se apropie de su mensaje. Que nada ni nadie imponga un estilo de vida distinto al suyo.