Especial

La Palabra del Domingo

Rufino Giménez Fines

Comunicación definitiva y plena con dios

En este 7mo. domingo de Pascuas celebramos la Solemnidad de la Ascensión de Jesús y corresponde la lectura del Evangelio de San Lucas, Capítulo 24, versículos del 46 al 53: “Y añadió: — Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; 47 y también que en su nombre se ha de proclamar a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje de conversión y de perdón de los pecados. 48 Ustedes son testigos de todas estas cosas. 49 Miren, yo voy a enviarles el don prometido por mi Padre. Quédense aquí, en Jerusalén, hasta que reciban la fuerza que viene de Dios. 50 Más tarde, Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta las cercanías de Betania. Allí, levantando las manos, los bendijo. 51 Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52 Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén llenos de alegría. 53 Y estaban constantemente en el Templo bendiciendo a Dios”.
 
La Ascensión es la culminación de todo el ministerio terrestre y la obra salvífica de Cristo, que es, al mismo tiempo, punto de partida de la misión de la Iglesia. 
 
Por lo tanto, la Ascensión, prefigurada anteriormente en la Transfiguración, es el éxodo por antonomasia. Es decir, el regreso al Padre; la entrada en la gloria definitiva; la consumación del sacerdocio de Cristo; la condición de la misión del Espíritu; el preanuncio de la venida final “sobre las nubes del cielo”.
 
La Ascensión nos muestra el triunfo cósmico y universal de Cristo y corona la catequesis sobre el Reino de Dios. Reino que no está circunscripto a Israel, sino que depende de los planes el Padre y será implantado por la fuerza del Espíritu rebasando todo límite de personas, espacio y tiempo. 
 
La Ascensión de Jesús es sentirlo eternamente presente en la vida de las personas, en la comunidad cristiana. En este sentido, vale reflexionar sobre la plenitud de la pascua de Cristo y de los cristianos cuya memoria celebramos y realizamos en la eucaristía. 
 
Pensemos también en que el Padre lo resucitó y así Jesús entró definitivamente en la espera de Dios. La Ascensión es, en definitiva, la promoción de la acción liberadora del Hijo de Dios. 
 
En es sentido, los cristianos damos testimonio del cumplimento de las Escrituras en cuanto nos sentimos interpelados y comprometidos a nivel personal y como comunidad por el llamado de Jesús para que todos podamos tener vida verdadera.
 
Jesús es el centro de las Escrituras, y el Espíritu Santo es luz para releerlas, es el poder de Dios presente en el caminar de la comunidad, facilitando y llevando a discernir los acontecimientos, de manera tal que el cristiano a la luz del Espíritu sea capaz de desenmascarar y destruir las estructuras generadoras de la “muerte en vida”, para construir una nueva historia liberadora inaugurada por la práctica de Jesús, el sumo y eterno sacerdote que bendice y da la vida.
 
San Lucas describe que Jesús fue llevado al cielo y que derramando su sangre entró en el santuario de la comunión definitiva con Dios. Pero la Ascensión de Jesús no es un viaje más allá de las nubes. La Ascensión es comunión definitiva y plena con Dios. 
 
Y es así que comienza el tiempo de la comunidad cristiana. La reacción de los apóstoles es reconocimiento, expectativa y alegría; y se dirigen a Jerusalén en la confianza de recibir la fuerza de lo alto. Viven alegres porque Jesús no les fue “robado” sino que se manifiesta a través del Espíritu: el animador y el que fortalece el andar de cada cristiano. 
 
El evangelio de San Lucas comienza y Termina en el templo de Jerusalén. La Ascensión es el entronque, el punto de llegada de la vida de Jesús, y el punto de partida del tiempo de su Iglesia. 
 
San Lucas cuenta cómo Jesús de Galilea sube a Jerusalén donde tiene lugar la Pasión y glorificación. Es en Jerusalén, también, donde empieza el gran camino de una Iglesia que se dirige a todo el mundo, ejerciendo así el triunfo del “Señor, el Rey de la Gloria, vencedor del pecado y de la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de los vivos y de los muertos”.

El encargo no pasa por quedarse mirando al cielo, sino por ser testigos, predicar la buena noticia, celebrar los sacramentos… Para eso, tenemos dos ayudas fundamentales: Cristo Jesús está con nosotros, somos sus colaboradores. Por eso nos dice: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. Pero además nos ha dado su Espíritu que nos aporta la fuerza, la luz y la eficacia. 
 
Este domingo celebramos que Jesús logró cumplir con su obra salvadora, ha resucitado y ascendido, y ahora sus seguidores estamos llamados a anunciar esta Buena Noticia al mundo, fortalecidos por el Espíritu Santo.
 
Desde ese lugar, pensemos que al celebrar la Eucaristía lo hacemos en memoria de la pasión, resurrección y gloriosa ascensión de Cristo. Este contacto único con el Señor glorificado nos hace testigos de su triunfo y de su reino universal, y nos comunica la fuerza del Espíritu