Salió a la puerta el dueño de casa como todas las tardecitas de esa primavera recién iniciada, su soledad lo empujaba y todos los días lo mismo… el gato callejero que maullaba en busca de alimento que él le negaba de pura maldad, ya que comida le sobraba.
A derecha e izquierda giraba la cabeza, aburrido, pues nada nuevo acontecía, la madre gritona asomada a la ventana que fue casa de la abuela quien dormía donde vamos todos, mejor que él nadie lo sabía, uno a uno fueron marchando por la calle de tierra transitada solo por la carroza mortal.
Sacudió la cabeza ¿Alguien le hablaba? ¡Eh! Señor ¿me escucha? Soy pintor de brocha gorda... acá tengo las latas, por unos pocos pesos le renuevo la casa.-que falta le hace. ¡No se va a ofender! ¿eh? Quedaría blanca como nieve.
¿Nieve? ¿Qué es eso? ¿de dónde salió usted? Aquí nunca nevó ni nevará, muy de vez en cuando cae una helada, vaya a ofrecer sus servicios a ese rancho abandonado, refugio del niño colorado cuando la madre lo busca y él de puro rebelde se esconde, también tentación de algún linyera que de vez en cuando anda por aquí.
Se calla. De repente reacciona, está hablando con alguien que no es del club de barrio y no frecuenta desde que quedó solo.
Enmudece.
Lo mira con curiosidad el interlocutor, pero poco tarda en volver al ataque. Mire que en un día termino, estoy acampando en busca de laburo en el arroyo cercano, enfrente de este campito vecino. Soy de confianza ¡eh! Se calla. Nota que a quien le habla no lo escucha, divaga –pobre hombre, piensa, más pobre que yo que no tengo nada –reacciona. ¿Cómo que no tengo nada? Allá en el ranchito pintado de blanco nieve me espera la patrona con el mate dulce en la mano. Este sí que no tiene nada.
Se aleja buscando otra casa, mientras en la plaza cercana corre la niña quinceañera con su ilusión intacta.
HEBE CERNADAS
Del libro “Amalgama” 2019